miércoles, 5 de marzo de 2008

Mi amigo Miguel

Le conocí porque no había otros niños en el parque. Quizás era porque tenía que haber sido así. Vimos a un chico rubito de ojos azules con la mirada muy viva que cambiaba con mi hermano y conmigo cromos de nuestros ídolos de infancia. Durante un tiempo nos unía aquello que precisamente sabíamos que no existía: los superhéroes. En casa jugábamos a ser los protectores del planeta, hacíamos nuestra vida aparte en la habitación de juegos frente a los problemas de matemáticas, frases de lengua, y ejercicios de Conocimiento del Medio (como por aquel entonces se llamaba a la mezcla de historia, geografía y ciencias naturales)

Con el paso del tiempo esos cromos derivaron en otras cosas hasta que en el año 2001 nos separó la inmensidad del mar que distan las islas de la península. Pero eso no significaba nada para dos amigos que se conocieron en la calle, que jugaron con coches en las aceras simulando que eran grandes autopistas. Una verdadera amistad no se pierde.

Llegó el momento de elegir en la vida el camino que íbamos a tomar; el conjunto de acciones que enmarcaría qué tipo de persona ibas a ser en el futuro. Mi amigo Miguel decidió dejar la casa que le vio crecer y probar suerte en el Ejército. Allí se fue curtiendo durante bastantes años, hasta que tomó la decisión de que en realidad lo que quería ser de mayor era convertirse en policía, lo mismo que su padre: su verdadero ídolo.

No recuerdo que me dijera haber escrito algo o tener cierto recuerdo material de su paso por las fuerzas armadas. Su diario fue él mismo. Ganó altura y masa muscular. Me contó con su áspera voz, producto del tabaco, que durante una época conoció la compañía del alcohol, pero que tenía claro que quería pasar página y llegar a ser un madero.

Gracias a su trabajo durante largas jornadas incluso los fines de semana, mi amigo Miguel ya puede ver a lo lejos la casa que está ya empezando a pagar, el coche con el que se va a mover. Es un tio hecho a sí mismo, conocedor en todo momento de su papel en el espacio-tiempo.

Bajo su pinta de tipo duro se esconde ese amigo que sabes que siempre va a estar ahí; que tras una honda calada va a darte una palmada en la espalda y te va a hablar con la voz de quien se ha visto en tu situación y ha aprendido de ello.

Miguel está durante esta semana en Madrid. Hoy he pasado la tarde con él. Y hemos escrito otra página más en la historia de nuestra amistad firmando de la misma manera cuando nos despedimos:

Un leve choque de botellines de cerveza, una sonrisa, y un fuerte abrazo.

2 comentarios:

Ruymán Reyes Castro dijo...

Al final, las amistades que se conservan son las que más cuentan...

A ver cuando coño me escribes un rollo así a mi, ¡que me pongo sentimental!

Claaro, como Miguel es del ejercito y está cuadrado y yo soy un pobre friki...

Anónimo dijo...

soy de la misma opinión que ruyman, tu futuro es escribir, qué bien lo haces y además calas hondo. Un beso fuerte. Mayte