jueves, 20 de marzo de 2008

El lenguaje del café, el café del tiempo

Acabo de sentarme frente al ordenador para escribir sobre el rato que acabo de pasar con mi hermano, y he decidido poner esta foto porque es una de las muy pocas que tenemos Luci y yo. En concreto, esta nos la sacó Laura hace ya un par de años un día en abril que salíamos todos a comer al Ginos.

En estos días de vacaciones de semana santa mis amigos están fuera (por no hablar de los que siempre me esperan en Tenerife): Uno en la sierra, otros en Barcelona, en Zaragoza... Además durante un par de días estamos solos en casa mi hermano y yo porque mi madre se ha ido a ver las procesiones a Almadén y Kike está en Madrid cuidando del perro porque Laura se va con Dani y su familia a Mérida.

Después de hablar por teléfono propuse a mi hermano que nos sentáramos a merendar juntos. Dos tazas de café cumplieron la misma función que el pinganillo traductor pegado al oido de los políticos en las grandes cumbres internacionales: los dos comenzamos a hablar el mismo idioma a ritmo de pequeños sorbos. Hablamos el idioma de los recuerdos.

Pocas veces me siento a hablar con mi hermano. Las razones son numerosas y la mayoría de ellas son completamente nimias, producto del orgullo de ambos o de cualquier tontería que nos impide recordarnos cada cierto tiempo que somos de la misma sangre. Fue hace siete años, el momento en que abandonamos Tenerife y nos vinimos aquí, cuando dos hermanos adolescentes comenzamos a separarnos y a perder la confianza que durante muchos años habíamos mantenido en la habitación de juegos en nuestra antigua casa.

Los dos cogíamos firmemente la taza de café caliente, con miedo a soltarla por si aquellas vivencias pasadas que renacían en nuestro cerebro fueran a esfumarse.

Durante un rato emanaron recuerdos que dormían en lo más profundo de la memoria. Desde nuestros tiempos en el Virgen del Mar, pasando por nuestros años jugando en la calle con los amigos de columpio, hasta las historias con los Lego y Playmobil que dejamos bien escritas en una libreta (hoy en día duerme en lo más profundo de una caja en un desván de Almadén)

Recordamos todo lo que nos une, de por vida, a nuestro pasado con Tenerife; a su gente, sus calles, sus playas, su comida... En definitiva, todo aquello que formaba parte de nuestra vida antes de que en el año 2000 todo cambiara para siempre.

El café se acabó, unos minutos de silencio con la mirada y la mente perdida. Posteriormente ambos nos retiramos a nuestras habitaciones: Él a trabajar, yo a escribir; pero ambos con el mismo sabor del café en la boca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aunque os hayais distanciado un poco, piensa que siempre estará tu hermano ahí, no perdais nunca el contacto.Un besazo. Mayte