miércoles, 19 de marzo de 2008

Lo mejorcito de cada casa

Hoy me he venido a Toledo para pasar estos días hasta el domingo cuando regrese para Madrid. Estaba en la estación de Méndez Álvaro y no he podido evitar acordarme de toda la fauna de autobús que durante bastante tiempo lleva describiendo Javi en el Sistema Anoat. A esto se sumaba la circunstancia de que a muchos mortales como al abajo firmante, le daban vacaciones hoy hasta el próximo lunes.

He hecho muchos viajes Madrid-Toledo y viceversa. Os aseguro y puedo jurar que nunca he visto la estación tan llena de gente (básicamente extranjera). Además de ello, hoy iba cargado hasta los topes: El portatil, la Wii con todos los miles de accesorios, los juegos, la DS...y mi mochila con libros y demás cosillas.

Una vez compré el billete se me acercó una rumana para ofrecerse a ayudarme con todas las cosas que llevaba cargadas. Una mirada de fulminante desprecio la alejó echando leches de ahí. Bajo a la dársena para esperar a entrar en el bus y comienza verdaderamente la fiesta de personalidades.

Ignoro si tengo cara de poste informativo o algo que se le parezca. Es cierto, soy periodista y se supone que tengo que dar información, pero no en cualquier momento y lugar. Conté hasta 13 personas que se me acercaron para preguntarme si el autobús que tenía frente a mí era el directo para Toledo. Y con los últimos que me preguntaban ya optaba por vacilarles un poco: a unos les contestaba que sí, a otros que no, a otros pocos que no tenía ni idea, y a otros directamente ni les contestaba.

Apareció al rato la típica señora mayor, arrastrando una maleta en una mano y caminando con su bastón, agarrado de la otra. Se le ocurrió preguntar (a los que allí estábamos haciendo cola) en voz alta a ver quién le podía echar una mano con el fin de meter la pesada maleta en el maletero. Comenzaba el show de miradas hacia el cielo contaminado de una tarde en Madrid. "No puede ser" - pensaba yo viendo el descaro de la gente, que prefería seguir fumándose el cigarrito antes que echar una mano a la pobre vieja, intentando evitar morir aplastada por su equipaje en el intento. Fue entonces cuando me adelanté (mientras seguía cargando mis cosas) y conseguí poner la dichosa maleta en su sitio.

Pero la cosa no acaba ahí. Dentro del autobús me encuentro con todo el personal que faltaba: El tio muro que no te deja pasar porque quiere quitarse tranquilamente el abrigo o porque no ve los números de los asientos pese a tenerlos delante de su nariz. Cuando al fin consigo pasar a este desgraciado sujeto veo mi asiento al fondo ocupado por otro personaje recostado ocupando dos sitios. Me acerco al mismo y cuando estoy delante el chaval me mira con cara de estar jodido y sin decir palabra se sienta más atrás.

Me instalo como buenamente puedo. Los siguientes en llegar fueron un grupito de adolescentes espinillosos que quisieron dejar claro a todo el bus los últimos tonos para el móvil. Sobra decir que se sentaron en la última fila, como suele suceder con este tipo de criaturas. Este hecho me obligó a subir la música del mp3. No obstante, todavía se oía al fondo un..."pobre diabla" o un "para que tú no llores así..."

El autobús está a punto de irse y casi me veo en el gozo de poder recostarme. Imposible. Una abuelita hace parar al autobús que ya había arrancado y se sube. Sí, se sienta a mi lado, toda sofocada quejándose de los calores y de su angustía al verse (casi) en la calle esperando al siguiente.

Seguía hablando, hablando, hablando y largando acerca del calor que estaba haciendo últimamente en Madrid y que se iba a casa de su hija que estaba en Toledo porque hacía tiempo que no se veían... El caso es que la mujer veía que no le hacía ni puto caso (con perdón) e intentó no darse por aludida desviando su conversación a otro pobre hombre sentado delante de nosotros que estaba felizmente leyendo su periódico. Éste no tardó en pasar de ella otro quintal.

Y mientras, yo seguía subiendo la música del mp3. Paradójicamente, me dormí. Al despertar ya no había gente, casi todos se habían bajado ya. Pero aún quedaba algo de lo que no me podía escapar:

La enorme cuesta hacia mi casa.

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