lunes, 21 de enero de 2008

El trabajo endemoniado

Salvo por la excelente noche del sábado, ha sido un fin de semana de lo más horroroso que he pasado en toda mi vida. El trabajo del que os hablé la semana pasada no acabó con el penoso documento escrito y la bochornosa exposición. Aquello no era más que el principio y el presagio de lo que me iba a esperar el sábado y el domingo.

Este finde tocaba maquetar la parte práctica que habremos de entregar, Dios mediante, el próximo viernes 25. Durante casi todo el sábado y la totalidad del domingo le planté cara al InDesign, completamente decidido a acabar el libro que tenemos que maquetar. Y en torno a las once de la noche de ayer... ocurrió lo peor.

Por un problema informático que desconozco y no creo que conozca durante toda mi existencia, aquello a lo que había dedicado esos dos días, de repente, desapareció. El documento donde había estado trabajando de pronto se quedó bloqueado y era imposible de modificar. Sí, tan sólo me faltaba añadir la numeración de página y asunto concluido. De golpe y porrazo, me vine abajo, me puse muy nervioso, cabreado...

Estaba claro que al día siguiente iba a tener que faltar al trabajo, por lo que mandé un mail a Reed Richards para contarle que iba a faltar hoy. Por tanto, hoy por la mañana me he quedado haciendo todo el trabajo por segunda vez. De nuevo desde la nada.

Pero no acaba aquí la cosa, ni mucho menos. Por la tarde había quedado con una compañera para ir a imprimir y encuadernar el asunto. Cuando llega mi turno, el de la cooperativa me dice que me faltan fuentes y que sería recomendable pasar el archivo a PDF. "Tampoco hay tanto problema" - pensé yo, ingenuamente. Me devolvió el USB y volví a casa con la intención de hacer los ajustes necesarios que me pedía el de la tienda. Cuando estaba sentado frente al ordenador, inserté el pen drive y... VIRUS. Sí, un virus que me dio como regalito el de la tienda y que me inutilizó por completo el aparato, impidiéndome sacar la información del pen o tan siquiera detectarlo. El USB estaba completamente roto. Otra vez me desquicié.

Me acordé que tenía por ahí alguno de emergencia de estos que te dan de regalo y promociones. Ahí metí todo el trabajo y de vuelta a la cooperativa le monto un número al de la tienda, pero no puede hacer otra cosa salvo disculparse - cosa que ya me imaginaba- pero no me podía mantener callado. El caso es que esto me lo tienen listo para el jueves por la tarde. Al día siguiente, el viernes, lo tendré que presentar al profesor. No me creo que hasta entonces todo vaya a salir bien. Lo mismo a mitad de semana me llama porque ha tenido algún problema o peor incluso, que al darme todo el libro (que me va a costar 35 euros) las medidas sean otras porque el tio se despistó o vete a saber. Prefiero, la verdad, no hacer muchas especulaciones, no sea que se vayan a cumplir.

El viernes os informaré cómo va la historia esta del trabajo endemoniado. Es lo único que se interpone entre mi licenciatura y yo.

Pero sin duda, lo que más lamento de todo, es que la gente que está conmigo paga todo el mal humor y la rabia que me corroe por cada centímetro de mi cuerpo.


Perdón a todos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Antonio, soy Mayte (madre de Daniel), acabo de leer tu artículo del trabajo, ay pobre, no te desanimes, ánimo, veras como lo entregas el viernes todo bien y ya no se interpone nada entre la licenciatura y tu. Un beso muy fuerte, el domingo nos vemos. Mayte

Anónimo dijo...

Jooooder, la verdad es que se juntaron una serie de catastróficas desdichas. A todos nos ha pasado algo parecido alguna vez en un trabajo de Facultad (al menos eso quiero creer). En otro de maquetación que hicimos Bea, Carlillos y yo se me fundió el disco duro un día antes. En otra ocasión, el archivo de word en el que estaba trabajando se corrompió y se jodió porque sí, como te ha ocurrido a ti. Pero lo del virus en el USB, joder eso ya es insuperable xD

Tú tranqui que al final estas cosas se arreglan y entregan a tiempo casi siempre, eso sí, currando un montón desde 0 y con una frustración y sentimiento de impotencia terribles. Pasado el tiempo se recuerda como una anécdota más, e incluso te enorgulleces de lo que fuiste capaz de hacer en vez de rendirte y desesperarte.

"Pobrecito, seguro que echa de menos a su mamá".
"Yo también echo de menos a Herodes y no me pongo a gritar como un verraco".