martes, 1 de abril de 2008

Aquel día en que el vicio pudo más que nosotros

Ayer se cumplían nada menos que 6 años de la foto que acompaña a este post. Por aquel entonces era un Domingo de Resurrección del año 2002 y el abajo firmante aún no había llegado a la mayoría de edad. En ese año yo cursaba mi 2º de Bachillerato en Toledo y en esa Semana Santa hicimos un viaje a Tenerife para ver a esos amigos que echaba mucho de menos y que no tenía en mi nueva vida.

Bueno, el caso es que ese día fue recordado en los medios de comunicación como una jornada negra para la isla de Tenerife en general, y para la capital de la misma en particular. El motivo: un inesperado tormentón que hizo saltar las máximas alertas de emergencia en la isla y que supuso enormes destrozos materiales de todo tipo.

Esa mañana había quedado con mis amigos, a los que hacía algunos meses que no veía, para hacer uno de nuestros típicos planes de cuando estaba allí; esto es, ir al cine por la mañana, comer todos juntos después y finalmente pasar la tarde haciendo cualquier otra cosa. Debido a la impuntualidad de algunos de ellos, no llegamos a la sesión acordada. Nos pusimos todos de acuerdo y decidimos invertir el plan, dejando el cine para la tarde. Bueno, la historia es que pasamos la mañana dando un paseo, hablando y demás... llegó la hora de comer y recuerdo que ese día nos pusimos bastante ciegos con las salchichas esas de un metro. Cuando terminamos de comer, salimos del restaurante...y comenzó a llover.

Esperamos en la puerta del sitio con la feliz intención de que remitiera la lluvia. Nada más lejos de la realidad. Las gotas caían con más y más fuerza sin visos de parar. Había que pensar algo, y pensarlo rápido pues no podíamos estar no se sabe cuántas horas de pie en la puerta de un local. Como pudimos, corrimos durante más o menos media hora hasta que alcanzamos uno de los cines, a rebosar de gente que se resguardaba de la lluvia. Decidimos quedarnos allí a ver si con un poco de suerte escampaba.

Y aquí es cuando viene lo mejor.

No dejaba de llover, sino más bien todo lo contrario, lo hacía con más fuerza y a lo lejos comenzaban a escucharse sirenas de ambulancias.

- No podemos quedarnos aquí sin saber cuando va a parar de llover- dije mientras un reguero de gotas de agua caía de mi cabeza.
- Podríamos meternos en el cine y hacer tiempo aquí mientras vemos una película- sugirió mi amiga Leticia.
- O también podríamos hacer todo lo que queda de camino a mi casa y estamos allí tranquilos, secos y echándonos un vicio con la consola- anuncié.

Es entonces cuando el grupo lo tuvo claro. Tres de ellos optaron por quedarse en el cine y los otros tres (Ruymán, Nacor y yo) apostamos por arriesgarnos y continuar un camino que iba a ser más complicado de lo que ya habíamos realizado.

Cuando el semáforo cambió a verde arrancamos una carrera como las que ya no recuerdo. La ropa cada vez nos pesaba más y el agua se nos había inundado los zapatos e incluso los calcetines. Corrimos, pidiendo tregua al agua que ya dolía cuando nos golpeaba. Descansamos bajo algún toldo que encontrábamos, hasta que llegamos a otro de los cines de la ciudad. Allí, accedimos al cuarto de baño y literalmente nos desnudamos. Nos quitamos toda la ropa. 3 tios en calzoncillos dentro de los baños de un cine secando zapatos, pantalones, camisetas... con un humilde secador de manos.

Cuando estuvo medianamente decente restaba lo peor: una subida hasta mi casa a contracorriente, haciendo frente a la fuerza del agua. Recuerdo la voz de alguno de los que esperaban a que dejara de llover, pidiéndonos que nos quedáramos y que no hiciéramos el tonto por ahí. Pero en mi casa esperaba la Nintendo 64, y eso es algo que el hombre del cine nunca podría comprender.

El camino de subida era, literalmente, un río. Nos metimos en charcos donde el agua nos llegaba más arriba de las rodillas, El agua arrastraba coches, tapas de alcantarilla, algún árbol salvajemente arrancado... y nosotros encaramados a alguna reja, o brincando con el fin de sortear los obstáculos. Nos llamó poderosamente la atención al llegar a un tramo donde la carretera hacía desnivel y formaba algo parecido a un lago. Esto produjo que todos los coches de la zona se hundieran. Sólo alcanzábamos a ver el techo del vehículo. Rodeando a estos, unos geíseres producidos por el reventón de alguna alcantarilla.

Finalmente, y completamente agotados, llegamos hasta mi portal donde, en las escaleras nos volvimos a quitar toda la ropa que nos pesaba mucho y abríamos la puerta para escurrir el agua de nuestra ropa como si fuera un estropajo de cocina.

Cinco minutos después y cinco pisos más arriba enchufamos la consola, y con una toalla encima nos pegamos unas cuantas horas de viciada mientras afuera se dibujaban relámpagos y se oían truenos, sirenas y agua, mucha agua.

¿Y qué pasó con nuestros amigos que se quedaron en el cine? Pues que se les fue la luz a mitad de la película y pasaron esa noche en un polideportivo con los de protección civil. Ellos no podían saber que si a nosotros nos hubiera pasado algo, habríamos hecho como Super Mario: perder alguna vida y continuar otra vez desde el principio de fase; pero claro: eso lo sabemos los que hemos jugado a los videojuegos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un día para no olvidar con tus amigos de antes. Entiendo de lo que hablas yo soy de Bilbao y vine aquí hace ya unos cuantos años. Amaya.

Anónimo dijo...

madre mía, qué horror, parece una pelicula de terror, buen guión para hacerla en un futuro, je, je. Un besote. mayte

Ruymán Reyes Castro dijo...

Locoooo ¿como pones esa foto ahí? xDD ¡más que sea pon la cara borrosa o algo!